Fuente: EL MUNDO
Escribe Gonzalo Torné en su magnífico prólogo sobre "La abadía de Tintern" (Lumen), de William Wordsworth, que también traduce:
"Wordsworth (1770-1850) será considerado con justicia una de las cimas del romanticismo, siempre que usemos la palabra `romántico´ como una pincelada impresionista para referirnos a cientos de personas que, más o menos al mismo tiempo, empezaron a pensar que la correspondencia entre la mente y el mundo, entre las palabras y las cosas, entre la voluntad y el deseo, no era limpia, sino un proceso rugoso, minado de problemas.
Conviene distinguir con cuidado este romanticismo de una clase de discurso que cree en atajos empáticos que discurren más allá o más acá de las palabras y que promueve el desahogo sentimental (y esa forma humilde de la mala educación que es la sinceridad) o la empanada mística que da preferencia a las emociones en bruto (hasta enaltecer las excrecencias de criminales y majaderos), y que hoy sigue viva en sitios tan dispares como el trasfondo de la mayoría de las novelas que reseñan los suplementos culturales, en el espíritu Disney que se derrama sobre las películas de Amenábar o James Cameron, en las ideas que tienen sobre las novelas de Dickens quienes nunca han leído un libro de Dickens (o han sacado el mismo provecho que si no lo hubiesen abierto), en la televisión privada a todas horas y en la pública más o menos siempre que usan `conflicto´o `humanidad´, en la presbicia que anima a los consumidores de autoayuda, o en los sermones de los periodistas a favor de la sustancia sagrada del hecho objetivo.
Wordsworth no es precisamente un poeta frío que desdeñe las emociones, pocos escritores pueden rivalizar en su manejo verbal de los sentimientos, pero creía con firmeza que la sede de la inteligencia está en la mente que segrega el poema. Es un lugar común en cualquier exposición sobre Wordsworth recurrir a su definición de la poesía como `un desbordamiento de sentimientos poderosos, recordados en la tranquilidad´. Pero suele atenderse menos que, al fundar en una operación intelectual el sangrado que la mente del escritor le practica a la realidad, Wordsworth se distancia tanto del irracionalismo de incienso como del adanismo objetivo.".
Y por elevación yo digo que sin creación (poiesis) no hay inteligencia. Es, pues, una deducción sencilla que lo que enseñan en los colegios y en las universidades no está relacionado con la inteligencia, sino con la imitación de la inteligencia. Hay imitadores muy buenos, qué duda cabe, pero su éxito se basa en la producción masiva de mentes incultivadas o estériles cuyo juicio y gusto es determinante. En fin, dejemos esto antes de que se nos vaya el buen humor con que nos hemos levantado esta mañana.
Volviendo a nuestro poeta, recordarles que es aquél de "cuando ya nada pueda devolvernos la hora/ del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores/no debemos afligirnos/ pues la esperanza pervive en el recuerdo" (traducción algo libre), y que pueden encontrar en este libro inexcusable, en edición bilingüe.
"Nuestro nacimiento no es sino un sueño y un olvido:
el alma que se levanta con nosotros, nuestra estrella vital,
ha sufrido en otra parte su declinación
y viene de lejos:
ni olvidada por completo
ni en la desnudez absoluta,
sino arrastrando nubes de gloria desde donde venimos,
de Dios, que es nuestro hogar:
¡el cielo miente sobre nosotros durante nuestra infancia!
Sombras del presidio empiezan a cernirse
sobre el muchacho que crece,
pero él considera la luz, y sus flujos,
y descubre en ella su alegría;
la juventud que a diario se aleja del este
debe viajar, todavía es el sacerdote de la naturaleza,
y por la espléndida visión
está asistido durante el camino;
a la larga el hombre percibe cómo muere,
y se desdibuja en la luz de un día corriente.".