Por un rato me quedé en la Cantina Incolora
Vacié mis carteras en el mostrador
Los manojos de llaves no me hablaban del Cielo
Y el espejo taciturno me puso a penas
junto a un microcanthus strigatus
En todos los rincones se escondían dientes con coronas
Devotos de San Cristóbal y micreros bellas personas
Por mi cuerpo arteriado subía un tropel de algodones
Por la vena porta el estribillo de la tarde
Calada con una visera de reina normanda
Mi cabeza daba vueltas hasta detenerse en el número 32
Allí la Desgracia se había fugado con el Lavautos.
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No todo lo que vuela
No todo lo que vuela
es pájaro.
A veces lo que piensas
alcanza una pequeña altura.
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Aves de paso
Sí. Eso somos
Pero nos hemos acostumbrado
a comportarnos como monumentos.
Y así nos va
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Elvira Hernández -seudónimo de María Teresa Adriasola- nació en Lebu, en 1951, y desde temprana edad emprendió una "práctica poética" que ha alcanzado una significativa difusión nacional y continental, consolidándola como una de las voces femeninas más singulares de la poesía contemporánea chilena y latinoamericana. Entre sus libros, publicados en Chile, Argentina y Colombia, destacan: ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Meditaciones físicas por un hombre que se fue (1987), Carta de Viaje (1989) , La bandera de Chile (1991) , El orden de los días (1991) ; Santiago Waria (1992) y Álbum de Valparaíso (2003) . En paralelo a su obra poética, Elvira Hernández ha desarrollado una considerable labor crítica, generalmente firmada con su nombre real. Como Teresa Adriasola editó en conjunto con Verónica Zondek la muestra poética Cartas al azar (1990) y escribió junto a la poeta Soledad Fariña el trabajo Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez, recopilación de artículos críticos y ensayos sobre la obra del autor de La nueva novela.
Foto: palabra pública - uchile