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Cinco poemas de "El iceberg", Magdalena Camargo Lemieszek

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IJSBERG


Toda la gravedad del mundo cabe en una piedra.
Ella, revolviéndose, marea veleidosa,
grabándose al rodar
como si el mineral tañese junto al sol
en el borde mismo de la costa:
-          Nadie viene a sufrir sobre la tierra.
Pero mi verdad es diferente,
pues habito el piélago
en su extensión magna e imprecisa.

Cuánto hubiese querido ser esas olas
para poder borrar esas palabras
y que nunca más pudiesen ser leídas.

Nadie sabrá el origen de mi nombre,
pero al caer, conmigo se abrirá la parábola
de lo que se sabe inalterable:
La muerte fue y seguirá siendo un perro
que cruza la puerta de una casa
y ondea su cola frente al elegido.
En las tierras fértiles, los frutos que penden de las ramas
se maduran al danzar
con aquella misma canción desde hace siglos.
Los faisanes ponen huevos azules en sus nidos,
empollándolos hasta que sus hijos rompan
la cáscara del cielo.
El tráfico congestionado de una metrópoli asiática
sigue aún congestionado.
Las máquinas continúan ensamblando objetos,
réplica idéntica tras réplica idéntica.
Alguien persiste, va y envía cartas por correo
escritas con una ilusión inverosímil
sobre papel verdadero,
sobre un escritorio de madera verdadero,
en una habitación que es también, sin dudas, verdadera.
Yo no alteraré en lo absoluto ese orden.
Yo seré y no seré
y todo seguirá girando.

.::
BITÁCORA

 «Asustado, palpo mi cuerpo y echo 
a correr temeroso de disolverme en el crepúsculo» 
Juan José Arreola

Indisociable de la altura, Él me mira: prisma 
donde el principio del todo se refracta
y la densa escarcha se tiñe con la herrumbre de la luz.
Y si encontrase una bestia en mi reflejo,
y si al palparme la conciencia no me alcanza,
¿a cuántos tocaré hasta el hundimiento?

Desdibujado ante la fulminante claridad,
mi rastro es una pulsión entre las olas,
desarticulándose demasiado pronto,
como una espuma que, sin albergar al resplandor,
se torna amarga.

Bajo la grávida lumbre, mi carne viva 
se sumerge. Presiento el torrente que me arrastra,
hacia un duelo, hasta un enemigo,
porque el azar no deja semejantes cosas al azar.
Solo he de rogar que en la hora que me aguarda,
cuando sienta que es mía la derrota, 
y solo tenga para mí una mueca la fortuna,
pueda posar, sin temor alguno,
mis ojos
sobre los ojos
del Sol.

 .::
AUNQUE ES DE NOCHE

            «Aquí se está llamando a las criaturas, 
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
 porque es de noche».
San Juan de la Cruz

De la fuente brota el trino del vencejo,
lesión en el misterio que lentamente se propaga.
El agua envuelve la lengua del ciervo, cuenco granate
donde la médula se endulza.

Si sintiésemos ese fluir en el fondo de los cuerpos, movimiento 
de cuencas y de rostros, donde al extender los brazos 
pudiésemos tocar
por fin todo 
cuanto en la calígine es promesa.

Lobo y cordero son lo mismo al desangrarse, brisa fatigada
que sobre la arboleda se desmaya. De ellos nacerá
una escalera para entender la transparencia, 
fruta de sedosos nombres, néctar que en la boca
vuelve a revelarse.

La mujer moja su trenza en la corriente, como si pudiese
aliviar la pena que cargan sus hermanos. Sus dedos
humedecen la cadencia del lucero,
adorno en el tránsito que mengua.

¿Por qué no se le otorgó canto también a las hormigas?
Beban pues del relámpago cuando se rompe, de su resplandor
que anega la plenitud del aire, como un ánfora
que de sí misma se desborda.

Grandes y pequeñas criaturas se sumergen
y el amor se torna en filo, cuchillo 
que divide entre todos 
el líquido banquete.

 .::
 ONDA

La luna es ahora un tótem abatido, 
tumbada en el margen
de aquello que transcurre.
El sabor del fruto del serbal al madurarse
es un ardor punzante encima de mi lengua,
pero nunca he visto
cómo luce un árbol de serbal.
Reconozco en la cigarra el horadar de una sinfonía,
persistente arado en la quietud
del disolverse.
En el firmamento, balizas que confluyen y que chocan,
y el verbo, atávica florescencia que revienta:
una onda que con delgadez se expande
y al abrirse
sufre
 y
 se
disgrega.

.::
BRUMA 

Mi rostro es la bruma
en este barco sin latitud ni longitud
que navega sobre mares inmóviles
donde el oleaje y su espuma son la caligrafía gris
de un mapa inconcluso.
¿Cuál de todos los horizontes estaré mirando?
¿Cuál es el ojo que hacia mí apunta?
¿Aguarda acaso para mí alguna costa?

El temporal será un albatros que revolvió sus alas
con dolor hasta perderlas. La niebla se irá a dormir
dentro de las caracolas que descansan de la marea 
en la oscilación del hemisferio.
Las redes no volverán a cubierta,
moldeadas por una carga misteriosa
que hará de su tejido atroces anclas.
Los himnos de viejos marineros llegarán a mí
con un timbre de escamas encendidas, 
ahora que el frío decide el curso de las brújulas
ahora que la agitación es una plegaria nueva
ahora que el sol parece dividirse
y toda quietud inició su marcha
hacia el Norte
y veo la tierra fragmentada
súbita
y toda entera
a la deriva.


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El poemario El iceberg ganó el XXXIX Concurso Municipal de Poesía "León A. Soto", 2019, en la ciudad de Panamá.

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