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Comentario al poemario "De la piel del Diablo", de Mónica Miguel Franco

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De la piel del diablo
Por: Willo Cucufate
El origen y el fin del universo se resumen en la sabiduría del sexo de una mujer.

Medásculo  Moreno.

Los únicos finales felices son los orgásmicos. Mónica  Miguel Franco es una mujer franca que cree al desnudo en los finales felices. Es por eso que ella cierra su poemario “De la piel del diablo”, después de varios y variados finales felices, con la breve y letal pieza titulada “Dama blanca”. Donde un contundente jaque mate descubre al pobre Diablo en su condición de hombre feliz, de hombre maltratado,  de animal en cautiverio, bajo el yugo erótico de su Santa Muerte, de su sabia Niña blanca, que lo conduce a un negro destino, que no entiende, que no acepta, y que ignora la sentencia popular que reza: “Carne blanca muerte negra”. Será que esta sentencia no es más que el aviso de otros diablos ya curtidos, en cuanto a que  si quieres morir feliz, pues vive feliz, para que en el momento que la muerte nos sorprenda  bienvenida sea como  un gran, y como siempre solitario final feliz. Dichosas ellas que a lo largo de su vida son capaces de experimentar múltiples finales felices, cuando a un buen diablo se arriman.

El tema del amor y su complejidad en el desarrollo de las relaciones de pareja y de la pareja con la sociedad y el universo, es el eje temático central de “De la piel del diablo”. Se trata hasta donde la piel del diablo me lo permitió ver  de una colección de prosas poéticas, algunos no más que relatos,  que se vienen a constituir en una compleja metáfora erótica-existencial, por medio de la cual se hace uso intencionado de figuras de historial negativo dentro de la cosmovisión humana, tales como el Diablo y la Muerte. Curiosamente la autora rescata en esta su obra la idea e imagen de un Dios dudosamente todopoderoso y decididamente cruel, idea e imagen que también plantea José Saramago en su novela corta “Caín”.

De tomar dichas prosas poéticas al pie de la letra, descargadas del simbolismo poético con que seguro las concibió la autora, creo que con facilidad nos conduciría a una escasa de gustación y a una cerrada interpretación mitológica, es decir mágico-religiosa del texto en cuestión.

Es así pues que en esta obra la figura del Diablo se convierte en sinónimo de sabiduría, de origen, de belleza rebelde y por sobre todo de erotismo extremo en donde la danza del amor y del placer no es con lobos, sino con lobas.

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