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El esoterismo de Bécquer - M. García Viñó

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El ocultismo, la Edad Media y el "misterio de las catedrales"

     En Bécquer hay alusiones, aunque breves, demostrativas de su familiaridad con las principales ciencias ocultas y con algunos de sus detentadores, como los templarios o los masones, así como de su decidida afición a las doctrinas hindúes. Pero sobre todo hay esa constante, reiterada manifestación de creencia en el mundo intermedio, a la que habremos de dedicar una especial atención. Lo hemos de ver sobre sus textos, sin hacer conjeturas, que podrían hacerse, a partir de afirmaciones suyas, como la de la rima XLVII, que sólo hubiera estado autorizado a hacer un iniciado en los misterios de Eleusis:

Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y el cielo.

     Para mí está claro que la Edad Media tiene para Bécquer una doble significación. Por una parte, él participa del sentimiento filomedieval romántico, como una manifestación, la más característica tal vez, del culto al pasado y de la valoración del mundo cristiano. La Edad Media, en este sentido, como el nocturno de ruinas y luna llena, se convierte en el escenario ideal para una leyenda. Pero, por otra parte, la Edad Media es la edad predilecta de Bécquer, como de los esotéricos y ocultistas. La Edad Media representa, junto con el Egipcio faraónico, la edad de oro de las ciencias ocultas, y Bécquer, vamos a verlo, le es tan afecto que, por lo mismo, y al igual que adeptos modernos como Fulcanelli o esotéricos como Guénon o Schuon, se convierte en desafecto del Renacimiento. Veamos dos ejemplos. En la Historia de los templos, describiendo San Juan de los Reyes, habla de que cuando el Renacimiento , procedente de Italia, "inundó las otras naciones", "nada respetó; profanáronse los más caprichosos pensamientos de nuestra arquitectura propia, a la que apellidaron bárbara; dióse a los templos la matemática regularidad de las construcciones gentílicas; insultóse el santo pudor de las esculturas, arrancándoles, para revelar el desnudo, sus largos y fantásticos ropajes, y, tal vez para alumbrar la vergüenza, dejóse por la ancha rotonda penetrar la luz a torrentes en el interior del santuario, bañado antes en la tenue y moribunda claridad que se abría paso a través de los vidrios de colores del estrecho ajimez o del calado rosetón" (773). Y, al describir el Cristo de la Luz, se refiere, con un matiz evidentemente crítico, al "delirio de la regeneración clásica que así en el terreno de las ideas como en el de las cosas trajo el Renacimiento", delirio al cual culpa del abandono sufrido por los monumentos árabes (898); y, páginas más adelante (908), a que "el Renacimiento destronó a un tiempo los dos géneros (el ojival y el arábigo), representantes genuinos, el uno, de la religión cristiana, y el otro, de la islamita". Pero, a la vez que se convierte en desafecto del Renacimiento, se vuelve anticipador genial de la reivindicación de la Edad Media, que es cosa no sólo ya del tipo de escritores a que pertenecen los mentados, sino también de los historiadores universitarios, para quienes la Edad Media, como lo demuestran sus realizaciones, desde la arquitectura hasta el status social de la mujer, de las lenguas romances hasta los conceptos de nacionalidad y de Estado de derecho, fue la época en que verdaderamente se fraguó lo más importante que se le ha venido atribuyendo al Renacimiento (V., entre otras, la obra de Régine Pernoud, ¿Qué es la Edad Media?, Madrid, Magisterio, 1979).

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Tomado de EL ESOTERISMO DE BÉCQUER, M. GARCÍA VIÑÓ, Colección Popular de Bolsillo. EDITORIAL J.R. CASTILLEJO, S.A., Sevilla, España, 1990.

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