Tadeo Mim
Los árboles al trasluz son laberintos, piensa Tadeo Mim. El sol deja entrever pasajes ocultos, bifurcaciones. Y a Tadeo Mim le gustan las bifurcaciones.
Imagina la vida como una serie de decisiones binarias: si o no, con o sin, derecha o izquierda. Cada decisión es un movimiento, un trazo en el plano del laberinto. Pero para Tadeo Mim los laberintos no tienen salida, o la salida no tiene importancia. Importa sólo la bifurcación en sí misma, lo que se pierde y lo que se encuentra después de la esquina.
Tadeo Mim escoge siempre la esquina desconocida, el camino nuevo. Sin creerse aventurero o despreocupado. Tadeo Mim es más bien un catador, un convencido de la degustación de escenarios.
Por eso anda con calma, respira, observa. Le gusta encontrarse en lugares extraños, en situaciones que le son ajenas. Es muy feliz cuando le hacen invitaciones por compromiso, sin esperar su presencia. En esos casos acude sin falta. Le emociona la cara que ponen al abrir la puerta y encontrarlo al otro lado. Y sobre todo le agrada saberse él mismo fuera de lugar, desconocedor de los códigos y confundido ante los chistes compartidos.
Sólo en los otros se aprende, piensa Tadeo Mim, mejor las ventanas que los espejos.
Le encantan los desconocidos impertinentes: vendedores, mendigos, proselitistas religiosos, taxistas locuaces y contadores de tragedias íntimas. Tadeo Mim los escucha, pregunta, repregunta, se queda con ellos y a veces los sigue. Qué emoción conocer esas vidas, tan distintas. Qué alegría compartirlas al menos por un rato.
Pero no tiene muchos amigos, es lo malo. En cuanto comparten un par de cosas y comienzan a coincidir en gustos y opiniones, le aburren irremediablemente.
Así que dobla en la siguiente intersección y los deja atrás. Los laberintos deben recorrerse en solitario.
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Felipe Mandi
El cuerpo se alinea en vertical. Los codos apuntan a lo alto. Las manos giran con gracia en un movimiento exacto. Los músculos se tensan y la figura toda se hace más estilizada, más fresca. Hay algo luminoso en el gesto de una mujer que se amarra el cabello, piensa Felipe Mandi.
A Felipe Mandi le gusta ver a la gente pasar. Le gusta contemplar su vaivén, esa manera de compartir espacios sin tocarse, esa danza de los desconocidos. Cada uno por su cuenta pero todos participan de la misma ceremonia, con pasos aprendidos y momentos para cada cosa.
Y en medio del gentío, Felipe Mandi persigue instantes memorables: las amigas que ríen a la vez y bajan las cabezas al unísono; el que arquea las cejas y acelera el paso como recordando un asunto pendiente; la muchacha que de pronto se adelanta al grupo y se voltea para decir algo; la mujer que ahora mismo y frente a él, dándole la espalda se amarra el cabello.
Habituado a mirar, Felipe Mandi se enamora de lejos. De las mujeres ha amado un movimiento, una manera de girar o de posarse. No siempre las ha amado a ellas, es la verdad. Y relaciones así no duran mucho. Pero la imagen, la imagen perfecta de cadencia elegante, esa es para siempre.
Muchos desconfían de Felipe Mandi. Habla poco, sonríe solo, mira fijamente: es un tipo raro. Aunque encantador, también hay que decirlo. Te ve como si hicieras algo muy importante, te presta una atención que nunca te habían dado. Quizá por eso suspiran por él. Quizá por eso la larga lista de mujeres que buscan quien las mire como mira Felipe.
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Tomado de Tipos Raros, Joel Bracho Ghersi, Foro/taller Sagitario Ediciones, Panamá, 2017