Fuente: Hasta donde la voz no llega
Mi madre era una trenza de humo negro.
Me cargaba envuelto sobre las ciudades incendiadas.
El cielo era un lugar vasto y ventoso para que jugara un chico.
Encontramos a muchos otros que eran tal y como nosotros. Estaban tratando de ponerse los sobretodos con brazos hechos de humo.
El alto cielo está lleno de encogidas orejas sordas en vez de estrellas.
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La piedra es un espejo que funciona pobremente. Nada en él salvo penumbra. ¿Tu penumbra o su penumbra, quién lo puede decir? En la quietud tu corazón suena como un grillo negro.
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Mi ángel guardián le tiene miedo a la oscuridad. Pretende que no, me manda primero, me dice que ya viene. Al poco tiempo no puedo ver nada. “Éste debe ser el rincón más oscuro del cielo”, alguien susurra a mis espaldas. Resulta que su ángel guardián también falta. “Es una locura”, le digo. “Pequeños cobardes sucios, que nos dejan solos”. Y por supuesto, por lo que sabemos, uno de nosotros podría ser un hombre viejo en su lecho de muerte y la otra una niñita con sueño y anteojos.
Traducción: TOM MAVER