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Poesía de Eyra Harbar (Panamá, 1972)

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De Un jardín necesario


XVIII.


1.



A veces creo escuchar piedras arrastrándose,

el equipaje de la edad sigue desfilando al paso de los ejércitos.

Pasan los años,

marchan con el sonido exacto del golpe de talón.

Aquello cuesta un dolor en la espalda,

un viejo reuma aqueja la costilla por las noches.



Un día va a convertirse en otro

y perdura la bujía de una memoria incólume.

Queda intacto el olor de la manzana en el pupitre,

el beso fugaz entre los libros,

la flor de pétalos secos guardada en el estante,

la cama hurtada por una noche y bajo llave

la herida de las despedidas.



Conozco los días con el rostro disuelto contra el vidrio.

A veces creo escuchar ese momento, tan cerca,

como si fuera apenas hoy la muchacha amada.



Como los sacerdotes egipcios van a las recámaras

amparados por el dios de otra vida,

cruzo el cronograma de arena sin despertar a los muertos

dejándoles un ramillete colorado entre las piernas

para que su parto no sea el doloroso vaivén de las ánimas.



Quedan allí los comensales del banquete grande,

los amados, los forajidos, las víctimas del odio,

pero mi corazón, traspasado de nostalgia, ríe

dispuesto como un disparo para el retorno

como si a ratos volviera

esa juventud convenida para vivirse sólo una vez.



Así es derribar el pecho desmedido

de las fotografías de polvo y paja,

entrar en la hojarasca contra la muerte,

abrirse las huellas de la mano

y cometer el pecado de la blandura ante los ojos del mundo.

Así es la memoria, tierna hermana reina,

con el fuego robado para florecer en los jardines.



Cuando concilie el sueño, será que aquella me gobierne.

Con absolución comprenda todo, como quien ve desde el monte

y habita en sus ojos un paisaje inmenso, y es visto el mapa

del camino por donde hemos venido.



¿Para qué sirve, sino aquel hueco

que archiva día con día la prosperidad y la desdicha?



No es tu barca, Caronte, lo que atrae,

pues nada queda completamente desnudo en el sepulcro,

no es el remo que se hunde desafiando los pies fríos

ni el simple tocado que descubre en el agua una mortaja,

sino el viaje que rompe la propela del silencio,

ese fragmento antes del olvido.



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