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Tres textos de Magdiel Midence (Honduras, 1984)

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Después de Babilonia y lo viejos

Tu nombre es un personaje de Landrú, tu nombre tan coleccionador de sacrificios y disfuncionales orgasmos, está erguido sobre una rama como el cuervo de Edgar, haciendo alarde de las resonancias que han ido y venido desde el laberinto de tus entrañas. Dios es un ser indispuesto cuando se trata de vos y tus listas impregnadas de coitos aburridos, pero bien organizados: alfabéticamente por nombres, por colores, por soundtracks y libros publicados. 

Tu nombre es una hermosa canción de Leonard Cohen.

***

Blues No.2

He sacrificado mi cordero, justo en diciembre donde los hombres son limpios y morales, sexo limpio y sin pudor, madre limpia de hijo limpio y espíritu santo. 

He abierto mis limpias y exóticas canciones a limpios lectores que escucharán el chasquido limpio de sus hijas felando estos poemas limpios, como sus manos y sus bocas bañadas en enjuagues y dentífrico. Hermosas muchachas fanáticas de poemas insanos y música de “boys bands”, horrorizadas con el sabor limpio y a veces bisexual de mis poemas, porque en mis poemas tengo el sabor dulce y limpio de Lesbos y de todas esas limpias copulaciones trasmitidas en masa por HBO y más aún a limpias y bien ordenadas páginas “voyeristas” del internet. 

La sangre dulce y limpia de mi cordero, ha ensuciado la mesa transnacional de mis deudores con el beso de Judas.


***

Desde el Principio 

Oh, what did you see,
my blue-eyed son?
Oh, what did you see,
my darling young one?.

-Bob Dylan-


Vi jóvenes que herían sus corazones para no sentir el desprecio, padres que olvidaban sus hijos y los obligaban a crecer, lágrimas que corrían desde un océano extraño, hIjos que desmoronaban la cara de su madre con sólo nacer.

Sentí que el cielo era un derrumbe de sueños, un adiós, un entierro de besos lejanos, la columna de una generación famélica y desquiciada por el abandono. El amor era un espacio infinito de huesos quebrados bajo el espanto.

Escuché los pasos enfermos de la guerra y que el hombre había muerto, me sacudió el sollozo de una niña infeliz y escuché que no había fruto en el huerto, y el hambre azotaba.

Quise correr lejos de ahí, pero mi alma compungida se quedaba y no hacía caso y no iba conmigo. Quise correr lejos de ahí, pero los ojos de los niños me hacían llorar y me quedaba sufriendo el mismo dolor y me quedaba con ellos. Quise correr lejos de ahí, pero fui débil y dibujé una canción bordada con jardines.

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Textos reproducidos con la autorización del autor

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